Cálidos y tan
lentos y suaves, los besos. Como lentas se rozaban las caderas, juguetonas pero
sin pasión real detrás. Las manos de él llevaban todo el tiempo aferradas a las
costillas de ella, justo debajo del pecho. Como náufrago a una tabla.
– No está
funcionando esto, ¿verdad?
– Lo siento.
– Wordsworth,
por favor. – El tono de broma contenía ternura más que otra cosa. – Podría
sentirme rechazada, si no estuviera tan terriblemente buena.
– Más buena de
lo que mi cama y yo nos merecemos. – Asintió gravemente, con los ojos sinceros
y los labios enrojecidos curvados en una pequeña sonrisa.
– Sí que te la
hizo buena, ¿eh? – comentó muy bajito, con cuidado, después de un silencio
contemplativo. Le apartó el flequillo de la frente para plantar un último beso
en ella. – Cain.
Dejó la posición
dominante sobre él para acomodarse en su pecho, plegándose contra su costado. El
silencio estaba cargado con el ruidoso tragar de saliva de su amigo, quien
clavaba los ojos en el techo como si le fuera la vida en ello.
– Está bien,
¿sabes? Si quieres hablar de él o echarle de menos o…
O llorar.
Con todo lo que
lo había visto llorar en lo poco que hacía que se conocían, se le hacía extraño
lo enquistada que tenía esa pena. Tan secreta, como una gran vergüenza. Suponía
que lo era: ella tampoco lloraría o echaría de menos a alguien que no llorase
por ella o que, si la echase de menos, lo mínimo que podía hacer era llamar.
– O no, va. Que
tampoco hace falta. Pero eso, si quieres contar con mis fabulosos consejos o
unos bellos pechos sobre los que llorar, sabes que estoy aquí. – Sintió su
risita contra la mejilla más que la oyó y sonrió a su vez. – Lo sabes, ¿no,
Hen?
– Lo sé. –
contestó con seguridad, después de apretarla contra sí. Luego, como si
aferrarse al humor fuese la única forma de salir de aquel charco conversacional
en el que ella lo había tirado a traición, comentó. – Aunque no sé yo si fiarme
de tus consejos.
– Deberías,
Wordsworth, que sé de lo que hablo. Respeta a tus mayores, hombre. – Le dejó
salir. Ya había establecido lo que quería, de todas formas. Que le cubría las
espaldas. De todas las formas en las que contaba. – Además, el primer consejo
es gratis. Y ya sabes cuál va a ser. – gruñó una queja casi antes de que ella
terminase de canturrearle la última frase. – No seas así. Tómate el café,
flirtea un rato con un chico guapo al que le gustas, diviértete. No está
prohibido. Y ya va siendo hora. Que se te va a freír el cerebro de tanto
estudiar, rubio.
Eso le arrancó
otra risita sin fuerzas y debió de recordarle algo que le llevó a mostrarle una
ilusión. Sus susurros bajos y carismáticos – como nunca lo era su voz cuando no
estaba narrando – los acunaron hasta que cayeron rendidos. No era el cansancio que
había planeado ella en un principio pero era casi mejor.
3 comentarios:
Henry, guapo, eres el mejor.
(No sé si lo he dicho yo o si lo ha dicho Louie pero, yknow.)
Pues mira que no me había dado nunca penita Henry de verdad, pero ahora una poca casi que sí.
Ay, pobrete Hen. A ver si el tonteo con el informático le ayuda a animarse (?) O a dar un pasito más para superar lo de Cain, vamos.
Y bueno, si no tiene suerte en el amor, al menos tiene unos amigos que van a estar ahí y a mimarlo. Y a mí si me dejas voy con una mantita y también :3
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