– La primera vez… me tumbó sobre el suelo de madera de su
habitación y me cubrió de miel, lamiendo cada gota de mi piel después. – Rió,
con los ojos brillantes pero sin derramar ni una lágrima. Estaba tan lejos de
allí. – No hacía más que retorcerme y, mientras pude hablar, decirle que era
una guarrería y que lo iba a matar...
– Estás borracha.
– También es cierto. – Se dejó caer, desparramando su cuerpo
sobre el sofá en ángulos descosidos unos de otros. – De chocolate. Le dije que era
de chocolate, con esos ojos.
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