Playing with old stuff

sábado, 20 de abril de 2013

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[ando jugando con una vieja idea porque no me apetece trabajar en lo que debo - muy responsable por tu parte, K - y que comenzaría así]

¿Qué te habías creído?

Digan lo que digan, en España no hay sequía. Y, si la hay, ya me gustaría a mí verla.

Me alejo de la ventana y vuelvo al fogón, haciendo malabares con las siete comandas que tenemos en distintos grados de preparación. Me sacudo el flequillo, pegado a la frente por el sudor y me seco las manos pegajosas contra el delantal. Sorteando a mi equipo en la abarrotada cocina, coloco la comida de un par de pedidos en los platos con meticulosidad rayana en la obsesión y pongo éstos al alcance de los camareros, esos seres inferiores que se limitan a transportar cosas sin tirarlas y se quejan de lo difícil que es su trabajo. Una bullabesa es difícil, cielo.


Estoy de mal humor y todos saben que deben evitarme; la cocina es mi reino y aquí no se juega conmigo. Será que el agua me irrita. Hace 5 semanas, tres días y… siete horas que no deja de llover. No es que tenga un desorden de personalidad compulsiva; si llevo tan bien la cuenta es porque la lluvia empezó el mismo instante en que volvieron mis pesadillas. No puede significar nada bueno.

- Marcos, cariño… - Rita se detiene y me escruta con ojos entrecerrados. La única camarera que alcanza mis niveles de aceptabilidad, pero solo porque es también mi mejor amiga. - ¿quién ha atropellado a tu perro?
- Sabes que detesto los animales – gruño, concentrado en el punto de nieve.
- Así estás – sentencia y me sonríe radiante. – Tu sobrino está fuera, por cierto. Quiere hablar.
- Sírvele un trozo de pastel de chocolate y que espere al cierre.
- Dice que es importante.
- Siempre lo es.

Sacudo la cabeza, furioso, y me concentro en el trabajo. La hora punta de la noche viene a salvarme y me estresa tanto que, maravillosamente, no tengo que pensar en nada hasta la hora de cerrar. 

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