¿Qué te habías creído?
Digan lo que digan, en España no
hay sequía. Y, si la hay, ya me gustaría a mí verla.
Me alejo de la ventana y vuelvo al
fogón, haciendo malabares con las siete comandas que tenemos en distintos
grados de preparación. Me sacudo el flequillo, pegado a la frente por el sudor
y me seco las manos pegajosas contra el delantal. Sorteando a mi equipo en la
abarrotada cocina, coloco la comida de un par de pedidos en los platos con
meticulosidad rayana en la obsesión y pongo éstos al alcance de los camareros,
esos seres inferiores que se limitan a transportar cosas sin tirarlas y se
quejan de lo difícil que es su trabajo. Una bullabesa es difícil, cielo.
Estoy de mal humor y todos saben
que deben evitarme; la cocina es mi reino y aquí no se juega conmigo. Será que
el agua me irrita. Hace 5 semanas, tres días y… siete horas que no deja de
llover. No es que tenga un desorden de personalidad compulsiva; si llevo tan
bien la cuenta es porque la lluvia empezó el mismo instante en que volvieron mis
pesadillas. No puede significar nada bueno.
- Marcos, cariño… - Rita se detiene
y me escruta con ojos entrecerrados. La única camarera que alcanza mis niveles
de aceptabilidad, pero solo porque es también mi mejor amiga. - ¿quién ha
atropellado a tu perro?
- Sabes que detesto los animales –
gruño, concentrado en el punto de nieve.
- Así estás – sentencia y me sonríe
radiante. – Tu sobrino está fuera, por cierto. Quiere hablar.
- Sírvele un trozo de pastel de
chocolate y que espere al cierre.
- Dice que es importante.
- Siempre lo es.
Sacudo la cabeza, furioso, y me
concentro en el trabajo. La hora punta de la noche viene a salvarme y me
estresa tanto que, maravillosamente, no tengo que pensar en nada hasta la hora
de cerrar.
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