Imagina…
Imagina una noche oscura, no muy
diferente de ésta, en la que la lluvia arrasa las callecillas de la ciudad de
No, ocultando por un instante la fealdad y la suciedad, desempañando el viejo
esplendor de la urbe. No hay luna, pero no hace falta. Las estrellas, más
cercanas y brillantes que nunca, cuelgan sobre los edificios como el decorado
de un humilde teatro, casi artificiales en su belleza. Irónicamente, se respira
paz, algo no demasiado común.
Súbitamente, se rompe la calma
de la madrugada. En un primer momento no es más que un sentimiento de
desasosiego que turba los corazones. Después, llega a los oídos de los insomnes
el primer rastro del disturbio; el rugido de un gran incendio, que prospera a
pesar de la lluvia, furioso y crepitante. En el centro, los primeros testigos
se arremolinan en torno al edificio más importante de la ciudad, la torre
Magenta, que hace más que nunca honor a su nombre. Cubierta de rojas lenguas de
fuego, la imponente construcción se tambalea y gruñe bajo su propio peso,
creando una visión salida de una leyenda de dragones y batallas.
No muy lejos de allí, una figura
pequeña e insignificante corre sin dirección y sin esperanza, como alma que
lleva el diablo. Sus pisadas aterrorizadas resuenan a su
alrededor y se pierden por los recovecos del peor barrio de No. Huye aunque no
le persigan aún. Y todo porque el edificio está en llamas y, por una vez, no es
culpa suya.