Dentro de la casa no se oía
ni el vuelo de una mosca. Qué paz… más extraña. La quietud caía sobre las
superficies abarrotadas y en buena falta de un lavado como una patina más. Como
los años o el polvo, pero esta vez descanso y sol. Todo el hogar parecía soltar
un suspiro contento.
Hasta el grito. Rebotó
contra las paredes de madera, de un mueble viejo a otro. Escaló por la chimenea
hasta esparcirse por el tejado y el bosque circundante. Venía del patio
trasero.
A Christian Le Fer lo iban
a matar de un susto. Miró a su alrededor. Aún quedaba tanto que hacer y apenas
horas de luz.
~ Esta casa es un desastre ~
Masticó un par de veces y
escupió la arena contra el suelo situado a escasos centímetros de la nariz. Y,
cuando se puso en pie, fue de un salto y moviendo el puño en trayectoria de
colisión irremediable. Solo entonces, satisfecha con su venganza, se apartó las
rubias trencitas de la cara de un manotazo y llenó los pulmones.
–
¡Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeen!
– Eres una tramposa, Clémentine.
Con seis años, la acusación
iba cargada de tintes de Alta Traición y fue recibida como tal. Se lanzó sobre
Yvan con la indignación agitando los dos pequeños cuerpos hasta que Chris llegó
a separarlos.
Siempre llamaba primero a
Benoît pero siempre llegaba él primero. Vigilante como un búho muy delgado tras
las gafas demasiado grandes – de monturas heredadas del abuelo. Todo lo que
tenían era reciclado, como los muebles y las ropas. Como las advertencias y los
cuidados que había recibido de su madre y trataba de pasar a los pequeños. Eran
su responsabilidad. Últimamente, parecía que todo era su responsabilidad. Se
subió las pesadas gafas por el puente de la nariz y encaró a los niños.
Yvan escupió la sangre y se
apresuró a explicarse. Clémentine no se quedó atrás, con la testaruda seguridad
de que iba a recibir una regañina que no merecía. De entre la cacofonía de
justificaciones que se formó, el sufrido adolescente pudo entresacar la verdad.
Suspiró, apretando los dientes y buscando paciencia donde ya casi no quedaba.
– La navaja. – Le pidió a
su hermano, con la mano extendida en gesto perentorio. – Di, no puedes pegarle
así.
– Porque soy una chica. –
gruñó la niña, cruzando los brazos regordetes en ademán belicoso.
– No. Porque eres más fuerte
que él y le haces daño de verdad.
Le dirigió una mirada
severa y señaló con la navaja requisada los arañazos y moratones que cubrían a
Yvan. Después, le devolvió el objeto a su legítima e intacta dueña. Ni un
rasguño tenía en la piel que aparentaba ser delicada porcelana.
Estaba planteándose cómo
castigarlos sin que implicase descargar su frustración contra ellos ni a gritos
ni mucho menos a golpes cuando Ben decidió aparecer. Rompió el silencio
enfurruñado con un derrape que lo dejó en el centro del grupo con una sonrisa.
– ¿Dónde está el fuego?
Y lo convirtió en un
objetivo más conveniente. Chris había tenido más que suficiente. Se volvió
hacia él con tanta fuerza que tuvo que colocarse las gafas.
– ¿Quién tenía que
cuidarlos hoy?
– No sé… – Ben,
completamente impermeable a la rigidez con la que le hablaba su hermano, empezó
a contar con los dedos. – El tío está en rehabilitación, Max y Ed en el
campamento de fútbol… ¿A Jér?
– Jér está en la tienda con
papá – apuntó Christian, con una mueca. Su cuerpo irradiaba tensión conforme
más tiempo malgastaba en la estúpida trifulca. – porque yo tenía que estudiar
para los finales.
– Entonces te toca a ti,
tíiiiiio. – Rió, Ben.
– ¡No! ¡¡Porque. Yo. Tengo.
Que. Estudiar!!
Si había algo que le
importaba más a Chris que sacar adelante aquella casa con una semblanza de
normalidad y de orden eran sus buenas notas. Para tener un buen futuro. Era una
de las pocas cosas que le había inculcado su madre antes… Antes.
Si los ojos le brillaban y
temblaba un poquito, nadie lo mencionó. Los niños bajaron la cabeza, asustados.
Ben cogió a Clémentine en brazos y la mano menos magullada de Yvan y los llevó
a merendar, llenando el silencio de la cháchara alegre que tan bien se le daba.
No hubo un problema más en las siguientes horas… hasta los puso a trabajar en
la cena, que resultó ser crêpes con Nutella para los ocho.
Y cuando Chris salió de su
gruta de estudio bien entrada la madrugada, se encontró una bandeja con comida
y una hoja. Sus ojos cansados sonrieron, con más años pesándoles que los
dieciséis de su osamenta. Comió los sándwiches de pollo, de foie–gras y de pan
de leche y lacasitos naranjas. Ni siquiera corrigió las faltas de ortografía,
porque por un rato pudo dejar su puesto de mando.
Lo sientimos mucho mucho mucho Muuuuuuuuuuuucho,
Chris. Eres el mejor ermano del mundo :)